El palacio del Conde Luna es un monumento que se encuentra en la ciudad española de León.
De este viejo palacio del siglo XIV, construido por Pedro Suárez de Quiñones y su esposa Juana González de Bazán, se conserva el cuerpo central de la fachada, con tres escudos, el central de los Quiñones y los laterales de los Bazán. Está construido de piedra sillería y tiene cerca de once metros de ancho. La portada es gótica con dintel sobre modillones, un gran arco apuntado cobija el tímpano, y se encuadra en ancho molduraje.
Catalina Pimentel lo amplió construyendo el torreón renacentista de tres pisos, de aparejo almohadillado, hecho en sillería y tableros de pizarra verde. Los antepechos de las ventanas ostentan las arenas de los Quiñones rodeadas de motivos frutales.
En este palacio estuvo muchos años instalado el Tribunal de la Inquisición.
Fue declarado Monumento Histórico en 1931. Propiedad de la Fundación Octavio Álvarez Carballo.
Acaba de ser restaurado completamente y se utiliza como lugar de exposiciones temporales. Actualmente en exposición «Raíces. El legado de un Reino. León 910-1230» hasta diciembre de 2010. Además ha sido cedido parcialmente por el Ayuntamiento de León a la Universidad de Washington, que utiliza el edificio como sede en España, para el aprendizaje del español por parte de sus alumnos.
(Info de Wikipedia)
La música que se toca en la calle, la que sale por los balcones, es un bien del procomún. Es curioso cómo el sonido de un acordeón, es agenciado por los transeúntes como algo que los identifica. La música y su capacidad identitaria, su capacidad de emoción, de impacto que entra por el oído y genera una(s) idea(s) en la cabeza o sentimiento(s) en el corazón, escapa de la instrumentalización del poder. Y es que, por mucho que una marcha militar o un himno, haya sido compuesto con unos objetivos, para transmitir unos valores, la subjetividad de cada uno, hace que una misma partitura signifique una u otra cosa. Por ello, el sonido de un acordeón, cuando lo oímos desde lejos, cuando nos acompaña en nuestro caminar, es significado como algo familiar, como algo propio del lugar donde se escucha. Sea la música de otro país, escrita con otras connotaciones culturales, o tocada por un inmigrante, en nuestro alma, la sentimos propia. La descontextualización o incluso el desconocimiento histórico del origen de la música, enriquece y subjetiva sus significados.
Me acerqué al mercado con la idea de observar cómo eran las transacciones que allí se hacían, para tratar de detectar los distintos códigos y roles que se activaban en la escenografía de MERCADO. Había decidido mantener una posición analítica, neutra y no participativa en el engranaje. Cambié de idea.
El deseo de ALIMENTAR, de llenar el blog, de animar con mi acción a los compañeros a ponerse manos a la obra, tuvo que ver en el cambio de planes. Tendría que haber planificado mejor, decidido continuar con el plan A.
El plan A comenzaba con la observación y la selección de tres personas a las que acercarme. Originariamente había pensado entrevistar a una mujer que vendiera verduras fuera del circuito oficial de mercado, una persona, independientemente del género, que vendiera cualquier tipo de género dentro del circuito oficial de mercado, y una tercera persona que trabajara en cualquier puesto de embutidos, incluso una cuarta persona, un turista que participara del ESPECTÁCULO DEL MERCADO. De este modo, creía que iba a conseguir cuatro perspectivas diversas, cuatro relatos diferentes que pudieran entrecruzarse. Una vez escogidos, el plan era bajar al mercado el miércoles y entablar conversación, generar confianza, explicar la razón por la cuál quería relacionarme y conseguir una cita, para comenzar las grabaciones. A partir de ahí no había pensado los siguientes pasos.
No había pensado, por ejemplo, cómo afrontar una entrevista, no me había cuestionado la mirada: romántica, exótica, nostálgica, activista, superficial, ética, o la instrumentalización del discurso.
Así que los derroteros por los que me llevó el deseo me han puesto en conflicto. Finalmente decidí entrar en La Tienda, pedir una tila, y mirar cómo los comerciantes entraban y salían, desayunaban, iban al baño, y se relacionaban entre ellos. En ésto, se puso a mi lado un señor mayor, pidiendo un café blanco. Esta fue la parte de la historia que generó el desenlace. Empezamos a hablar
– ¿qué es un café blanco?
– Un orujo, ja ja ja
Y a los pocos minutos ya tenía encendida la grabadora del móvil, y ya iba dirigiendo la conversación en función de los caminos que habíamos ido definiendo en el taller: el estraperlo, el mercado, Durruti, el trabajo… Yo preguntaba y el Abuelo, mote del hombre, contestaba. Me habló de una práctica creativa: pintaba vieiras, decía.
– ¿Para qué son las vieiras? (pensando que iba a hablarme del Camino de Santiago)
– Para pintarlas. Algunos las usan de cenicero, pero se estropea el esmaltado. Es una pena no tener una aquí, si no te la regalaba (y yo pensando en el «icono»
Durante nuestra conversación, el Abuelo me dijo que su esposa tenía alzheimer, que vivía en una residencia, pero esta información no me interesó a priori, no estaba en los planes…
Saliendo de la Tienda, acompañándole un poco a su casa, bajando las escaleras, me dijo el Abuelo que quería contarme una poesía, que era larga, que se la habían enseñado en la escuela y que si no la aprendía le daban palos. Le pregunté si podía grabarle, y vi en la pared de enfrente el muro de Neruda, le pedí que se colocase allí, y que comenzara. Estaba produciendo una imagen en movimiento.
¿Qué tipo de imagen produje? ¿Qué relato propicié? Una imagen más, más ruido, una visión de la vejez típica. Me arrepiento de haber entrado en la representación, de haber simulado interés, de no haber tenido una escucha activa, de haber creado algo superficial, de haber utilizado a una persona.
De todos modos, me parece representativo dejar aquí este rastro de mi mirada, para monitorizar de forma pública el modo en que actúo