La música que se toca en la calle, la que sale por los balcones, es un bien del procomún. Es curioso cómo el sonido de un acordeón, es agenciado por los transeúntes como algo que los identifica. La música y su capacidad identitaria, su capacidad de emoción, de impacto que entra por el oÃdo y genera una(s) idea(s) en la cabeza o sentimiento(s) en el corazón, escapa de la instrumentalización del poder. Y es que, por mucho que una marcha militar o un himno, haya sido compuesto con unos objetivos, para transmitir unos valores, la subjetividad de cada uno, hace que una misma partitura signifique una u otra cosa. Por ello, el sonido de un acordeón, cuando lo oÃmos desde lejos, cuando nos acompaña en nuestro caminar, es significado como algo familiar, como algo propio del lugar donde se escucha. Sea la música de otro paÃs, escrita con otras connotaciones culturales, o tocada por un inmigrante, en nuestro alma, la sentimos propia. La descontextualización o incluso el desconocimiento histórico del origen de la música, enriquece y subjetiva sus significados.
Abr 192011