Me acerqué al mercado con la idea de observar cómo eran las transacciones que allà se hacÃan, para tratar de detectar los distintos códigos y roles que se activaban en la escenografÃa de MERCADO. HabÃa decidido mantener una posición analÃtica, neutra y no participativa en el engranaje. Cambié de idea.
El deseo de ALIMENTAR, de llenar el blog, de animar con mi acción a los compañeros a ponerse manos a la obra, tuvo que ver en el cambio de planes. TendrÃa que haber planificado mejor, decidido continuar con el plan A.
El plan A comenzaba con la observación y la selección de tres personas a las que acercarme. Originariamente habÃa pensado entrevistar a una mujer que vendiera verduras fuera del circuito oficial de mercado, una persona, independientemente del género, que vendiera cualquier tipo de género dentro del circuito oficial de mercado, y una tercera persona que trabajara en cualquier puesto de embutidos, incluso una cuarta persona, un turista que participara del ESPECTÃCULO DEL MERCADO. De este modo, creÃa que iba a conseguir cuatro perspectivas diversas, cuatro relatos diferentes que pudieran entrecruzarse. Una vez escogidos, el plan era bajar al mercado el miércoles y entablar conversación, generar confianza, explicar la razón por la cuál querÃa relacionarme y conseguir una cita, para comenzar las grabaciones. A partir de ahà no habÃa pensado los siguientes pasos.
No habÃa pensado, por ejemplo, cómo afrontar una entrevista, no me habÃa cuestionado la mirada: romántica, exótica, nostálgica, activista, superficial, ética, o la instrumentalización del discurso.
Asà que los derroteros por los que me llevó el deseo me han puesto en conflicto. Finalmente decidà entrar en La Tienda, pedir una tila, y mirar cómo los comerciantes entraban y salÃan, desayunaban, iban al baño, y se relacionaban entre ellos. En ésto, se puso a mi lado un señor mayor, pidiendo un café blanco. Esta fue la parte de la historia que generó el desenlace. Empezamos a hablar
– ¿qué es un café blanco?
– Un orujo, ja ja ja
Y a los pocos minutos ya tenÃa encendida la grabadora del móvil, y ya iba dirigiendo la conversación en función de los caminos que habÃamos ido definiendo en el taller: el estraperlo, el mercado, Durruti, el trabajo… Yo preguntaba y el Abuelo, mote del hombre, contestaba. Me habló de una práctica creativa: pintaba vieiras, decÃa.
– ¿Para qué son las vieiras? (pensando que iba a hablarme del Camino de Santiago)
– Para pintarlas. Algunos las usan de cenicero, pero se estropea el esmaltado. Es una pena no tener una aquÃ, si no te la regalaba (y yo pensando en el «icono»
Durante nuestra conversación, el Abuelo me dijo que su esposa tenÃa alzheimer, que vivÃa en una residencia, pero esta información no me interesó a priori, no estaba en los planes…
Saliendo de la Tienda, acompañándole un poco a su casa, bajando las escaleras, me dijo el Abuelo que querÃa contarme una poesÃa, que era larga, que se la habÃan enseñado en la escuela y que si no la aprendÃa le daban palos. Le pregunté si podÃa grabarle, y vi en la pared de enfrente el muro de Neruda, le pedà que se colocase allÃ, y que comenzara. Estaba produciendo una imagen en movimiento.
¿Qué tipo de imagen produje? ¿Qué relato propicié? Una imagen más, más ruido, una visión de la vejez tÃpica. Me arrepiento de haber entrado en la representación, de haber simulado interés, de no haber tenido una escucha activa, de haber creado algo superficial, de haber utilizado a una persona.
De todos modos, me parece representativo dejar aquà este rastro de mi mirada, para monitorizar de forma pública el modo en que actúo
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