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Entrada extraida íntegramente del blog http://cosinasdeleon.blogspot.com/2009/11/calle-conde-luna.html

Calle Conde Luna

El Salvador, La Carrera, Vía Escuderos…, todos estos nombres ha tenido la calle que hoy conocemos como Conde Luna. Aunque en modo alguno se pueda decir que sea un término de nuestros días, pues ya en el siglo XVI se la llamaba de idéntica manera. Esta mediana calle circunscrita en uno de los lugares con mayor sabor histórico se inicia en la calle del Pozo, para concluir en la antigua del Generalísimo, hoy calle Ancha. Como ya hemos dicho la calle es estrecha y hacia su mitad, en el cruce con la calle el Paso, dibuja un giro hacia la derecha que, discurriendo en línea recta, va en busca del final de su trayecto. Nada más iniciarse la vía encontramos la que, en palabras del célebre Gómez Moreno, se considera «la iglesia histórica más antigua de la ciudad y que ha conservado su ostentoso nombre…». Cuenta Sampiro en sus crónicas que el rey leonés Ramiro II ordenó levantar junto a su palacio un monasterio en honor de San Salvador, para que viviese consagrada a Dios su hija Elvira, que era monja, y a su vez sirviera en el futuro como Panteón Real. Ramiro II, fallecido el 5 de enero de 951, sería enterrado en esta iglesia, al igual que lo fueron sus hijos Ordoño III y Sancho I. Así hasta la llegada al trono de Alfonso V, quien determinó que las cenizas reales descansaran de forma permanente en San Isidoro. Cien años atrás era parroquia, siendo declarada Monumento Nacional en 1910. Restaurada en 1918, fue ocupada por los Padres jesuitas hasta su posterior traslado a San Marcos, quedando encargado el Seminario de su servicio y custodia. En 1960 se cedió a la cofradía de Minerva y Vera Cruz para que la utilizase como depósito y lugar de montaje de sus «pasos», al tiempo que debía protegerla y abrirla al culto, celebrando por este motivo una misa los días festivos. A raíz del hundimiento de gran parte de su tejado en 1975, entraría en un proceso de ruina y degradación atajado con las reparaciones iniciadas cinco años más tarde. Así las cosas, estas reformas se irían sucediendo en las últimas décadas, en un proceso que llegaría hasta nuestros días. Después de la iglesia de San Salvador de Palat del Rey, el gran icono histórico de todo este entorno, se halla el conocido como «Palacio de los condes de Gaviria», adquirido en el mes de abril de 2000 por el Colegio de Arquitectos de León. Tras su adquisición se inicio un proceso de remodelación del que estaba muy necesitado, aunque respetando al máximo la fábrica original del edificio. Se trata de una construcción de dos plantas con un patio interior que ocupa en conjunto una superficie de algo más de 1.500 metros cuadrados, siendo la primera planta de piedra de sillería y la segunda de ladrillo visto. Datada en el siglo XVII, sobre su portón principal destaca un vistoso balcón al que acompañan otros tres por cada lado, significados en todos los casos por sus excelentes herrajes. El último en habitarlo fue don Francisco de Cadenas y Vicent, titulado conde de Gaviria. El propio don Francisco relataba la historia del fantasma que tenía el palacio y que dormía, al parecer, en una de las habitaciones que mira hacia la calle el Paso. Nadie sabía quien podría ser tan extraño ente, pero con el incendio que se produjo en el edificio durante el mes de enero del año 1943, el fantasma desapareció para siempre. La restauración del edificio se encargaría entonces al reputado arquitecto Manuel de Cárdenas, que tantas buenas obras ha dejado en la ciudad, utilizando incluso los mismos ladrillos y los balcones primitivos para que la reconstrucción fuera lo más fidedigna posible. Como deciamos su último morador fue don Francisco de Cadenas y Vicent, casado con doña Elvira Allende Bofill y padre de tres hijos. Había heredado el título de Conde de Gaviria de su padre don Francisco de Cadenas y Gaztañaga, emblema nobiliario que fue creado en 1837 por don Carlos María de Borbón. Don Francisco fue un personaje muy popular en la ciudad y hasta su fallecimiento, el 16 de enero de 1971, había ocupado, entre otros cargos, la presidencia de la Comisión Provincial de Monumentos y del Real Aeroclub. La calle Conde Luna aún muestra un tercer edificio de gran relevancia, unido al palacio de Gaviria. Representó durante décadas todo un santo y seña para León, aunque ahora, debido a la nueva imagen y el pertinente lavado de fachada, poco se parece a aquel «Bazar Torres» reputado por la vecindad como el mayor almacén de la capital. Esta sobria construcción de enormes ventanales se erigió en 1887 para acoger al que sería Hotel Noriega, destino que ha variado con el paso del tiempo.
Después de haber repasado las construcciones más significativas de esta calle que recuerda a una de las dinastías con mayor renombre de la provincia, cuyo prestigio se prolongaría durante siglos, hemos de referirnos a don Diego Fernández de Quiñones y a su esposa, doña María Toledo. Fue don Diego, merino mayor de Asturias y primer conde de Luna, título concedido por el rey Enrique IV de León y Castilla, en 1462, a uno de los hombres más ricos. De los Luna, emparentados con el prestigioso linaje de los Quiñones, surge el lema que ha hecho famoso a tan distinguido apellido: «Por mi quiñón de León di a España el mejor blasón». En la plaza del Conde Luna se conserva su vetusto palacio, de estilo gótico mudejar muy deteriorado duarante años y por fin en la actualidad reformado y consolidado. Una histórica y regia mansión que levantara don Pedro Suárez de Quiñones, Adelantado Mayor de León y Asturias junto a la que fuera su mujer, doña Juana González de Bazán. Muchos son los miembros destacados en aquella gran familia leonesa que fueron los condes de Luna, semilla de una estirpe fecunda, plena de honores y hechos memorables. Ahí tenemos a don Diego, apodado «El Afortunado» por sus victoriosas campañas contra los musulmanes. No se quedaría atrás en cuanto a merecimientos su hijo, el mítico Suero de Quiñones que protagonizara el heroico hecho de armas conocido como el «Paso Honroso». Y si hablamos de mujeres, doña Leonor de Quiñones fundaría esa eterna referencia espiritual que es el convento de la Concepción, en La Rúa. Los Quiñones tuvieron dos líneas principales, siendo la primogénita la de los Luna, a su vez con dos ramas: los Quiñones de Luna y los Quiñones de Sena. La otra rama sería la de la casa de Alcedo, que se bifurcaría con el tiempo en los marqueses de Montevirgen y los marqueses de Lorenzana.

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